viernes, agosto 18, 2006

Buena Esa

CLEPSIDRA
La infiltración es una de las estrategias más frecuentes de los movimientos subversivos
Álvaro Valencia Tovar.

Columnista de EL TIEMPO.

La guerra secreta es parte de toda confrontación bélica y su preparación.
Hablando de infiltraciones
La infiltración de partidos comunistas clandestinos en los gobiernos democráticos no tiene nada de novedoso. Haciendo un poco de historia, cuando el general Néstor Ramírez Mejía, Jefe de Estado Mayor del Ejército colombiano, señaló en una conferencia universitaria en Miami que así ocurría en la Fiscalía y la Procuraduría de su país, se le vino el mundo encima. Los dos organismos exigieron pruebas, como si la infiltración no fuese posible en sus respectivas nóminas en forma oculta y por lo tanto imposible de probar pero sí perceptible en actividades que poco tiempo después se traducían en destituciones, como la del Fiscal de Derechos Humanos de Cúcuta, bien conocido por sus actuaciones favorables a la guerrilla.
La guerra secreta es parte de toda confrontación bélica y de su preparación. Recordemos todas lasque se produjeron durante la guerra fría entre Oriente y Occidente. Agentes británicos en la Unión Soviética descubiertos por la KGB terminaron fusilados cuando el gobierno de su país negó toda conexión con ellos, en cumplimiento, precisamente, de la ley no escrita pero sí de práctica universal sobre protección del secreto.
La comprobación de dos filtraciones recientes de las Farc en organismos de gobierno en Colombia demuestra que existe un esfuerzo real por lograr la ubicación de subversivos en los altos niveles del Estado para obrar en favor de la causa "revolucionaria", así en nuestro país el término haya perdido todo su carácter y el narcoterrosimo se haya adueñado de movimientos que lo fueron.
El caso más dramático de infiltración ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, con efectos históricos de gravísimas consecuencias. Alger Hiss, joven, brillante miembro de la cúpula del Departamento de Estado norteamericano, llegó a ser consejero del propio Secretario de Estado y como tal participó en las conferencias de Yalta y Potsdam, donde se definieron los términos de la paz que se impondría a las potencias fascistas del eje Berlín-Roma-Tokio, donde ganó la confianza del presidente Roosevelt. Los aliados ganaron la guerra, pero ante la Unión Soviética perdieron aspectos vitales de la paz, como en el caso de la partición de la península coreana en dos segmentos. Al norte, los soviéticos, sin disparar un tiro, invadirían para recibir la rendición de las fuerzas japonesas que ocupaban su antigua colonia. Al sur lo harían Estados Unidos, a nombre de los aliados occidentales, mientras se efectuaban elecciones generales para instituir un gobierno democrático. Elecciones que el régimen norteño jamás permitió.
Avanzaba la guerra de Corea en 1950, cuando un encumbrado personaje del sector privado se presentó al FBI, declarando ser el número uno del partido comunista clandestino. Whitaker Chalmers, destrozado moralmente por las bajas de muchachos de su país en el conflicto y singularmente por las pruebas de soldados norteamericanos asesinados después de sufrir salvajes torturas por los norcoreanos, entró en conflicto de conciencia. La confesión parecía inverosímil por cuanto señalaba a Alger Hiss, número 2 del partido y la figura más destacada del Departamento de Estado entre sus altos funcionarios, como infiltrado de su organización clandestina. Se pensó que Chalmers había perdido la razón. ¿Hiss un traidor de su patria? ¡Imposible! Pero un senador de ingrata recordación por la cacería de brujas que desencadenó su investigación del asunto, el republicano Mc Carthy, puso en evidencia la realidad. Alger Hiss terminó en la cárcel y Chalmers indultado por su dramática confesión.El "macartismo" pasó a ser término equivalente al de fanatismo político. Con razón, porque el famoso senador veía comunistas por todas partes y exageró la nota por razones electorales. Sin embargo, la inocultable realidad de la infiltración quedó al descubierto con sus catastróficos efectos políticos.*
Álvaro Valencia Tovar

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