Los dejamos con este artículo sobre el futuro del General Rito Alejo Del Rio, quien trabajó por la paz en la región de Urabá.
Del Río, otra víctima
Fernando Londoño Hoyos - Medellín | Publicado el 7 de septiembre de 2008
La revista Cambio, que dirige el ultra samperista Rodrigo Pardo, uno de los miembros del llamado Comité de Agenda de aquella campaña que llevó a la presidencia al candidato financiado por Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, dijo en reciente entrega que el General Rito Alejo Del Río pararía en la cárcel por nuevos descubrimientos de la Fiscalía. Comprendimos que la suerte del General estaba echada. Cambio es uno de los medios de comunicación que Iguarán utiliza para decir lo que se propone hacer, filtrando noticias que le garantizan el favor de la revista sobornada.
Para el segundo acto irrumpe en la escena el Procurador, auxiliar permanente en todas las conspiraciones contra el Ejército de Colombia, que tienen por destino final golpear al Presidente de la República. Y sabiendo de antemano el desenlace, pide severidad contra la víctima. ¡Como si hiciera falta!
Ante reclamos de tan ilustre procedencia, el cómplice de unas elecciones corruptas y el autor de una falsedad como medio para conseguir una magistratura, el Fiscal pone la carita de hombre serio que utiliza para tales ocasiones y revela que hace meses investiga al General, por supuesto sin que éste tuviera la menor idea. La embestida matrera es patrimonio de las reses cobardes.
Solo faltaba esperar. Y el día llegó. Sin noticia previa, sin citación a indagatoria, la Fiscalía ordena apresar a Del Río para que la rinda. Es lo único que el amigo íntimo de Ascensio Reyes sabe hacer bien.
Urabá, tierra bendita, era un infierno. Las Farc y el EPL sentaron en ella sus reales para martirizarla hasta extremos indecibles. Los dueños de las fincas jamás pudieron regresar, cuando no fueron secuestrados o asesinados; los mayordomos eran títeres entre las cuerdas de estos infames; los trabajadores, ellos también, tenían que partir sus salarios con los depredadores; y cuando algo molestaba a los cabecillas de estas bandas, o simplemente para que sirviera de ejemplo, los empleados de las fincas eran masacrados sin piedad.
Llegaron los paras. Impusieron su ley, bien conocida, y sumaron a la violencia más violencia, extorsiones a las extorsiones, asesinatos a los innumerables que ya se habían cometido. Urabá estaba perdida.
Un día, a la Gobernación de Antioquia llegó Álvaro Uribe Vélez, y a la Brigada el General del Río. Con las armas de la República en la mano, con la voluntad resuelta, la acción sin tregua y coraje a toda prueba, el Gobernador y el General devolvieron la paz a Urabá. Que hoy es región de promisión y de esperanza. El banano ha vuelto a ser negocio y las pasturas se transformarán en magníficos cultivos de exportación. Se construirá en sus aguas el puerto sobre el Atlántico más cercano a Medellín y Bogotá. Ya está financiada la presa Pescadero-Ituango, por mucho la mayor de Colombia. La carretera será de doble calzada, y Colombia tendrá en esa tierra motivo de admiración y de orgullo. Son viejos sueños vueltos realidades espléndidas, que el país le debe a Uribe Vélez y a Del Río.
Pero guiada por sus Pitirris inexorables, empujada por la prensa enemiga del Gobierno, dominada por el afán de convertir la justicia en negocio de oposición, la Fiscalía mete a la cárcel al General. Porque según dicen sus fuentes, contribuyó a que unos paramilitares decapitaran a un pobre campesino y luego jugaran con su cabeza al fútbol. Con oír el cargo, se ve la impostura. Conociendo a Del Río se sabe que es un imposible. Apenas sabiendo que es un General de Colombia, se descubre la ignominia.
Solo a un perverso o a un pobre de espíritu se le ocurre creer semejante imbecilidad. Pero todo vale. Para destruir el Ejército, que apenas tiene el 85% de favor entre los colombianos, cualquier cosa sirve. Hasta una como ésta.
No es el primer alto oficial sacrificado en altares de los falsos dioses. Ni será el último, si los colombianos seguimos tolerando que se sacrifiquen nuestros mejores hombres y nuestra más sagrada institución. ¡Ay, Sabas Pretelt: qué regalo nos dejaste!
Del Río, otra víctima
Fernando Londoño Hoyos - Medellín | Publicado el 7 de septiembre de 2008
La revista Cambio, que dirige el ultra samperista Rodrigo Pardo, uno de los miembros del llamado Comité de Agenda de aquella campaña que llevó a la presidencia al candidato financiado por Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, dijo en reciente entrega que el General Rito Alejo Del Río pararía en la cárcel por nuevos descubrimientos de la Fiscalía. Comprendimos que la suerte del General estaba echada. Cambio es uno de los medios de comunicación que Iguarán utiliza para decir lo que se propone hacer, filtrando noticias que le garantizan el favor de la revista sobornada.
Para el segundo acto irrumpe en la escena el Procurador, auxiliar permanente en todas las conspiraciones contra el Ejército de Colombia, que tienen por destino final golpear al Presidente de la República. Y sabiendo de antemano el desenlace, pide severidad contra la víctima. ¡Como si hiciera falta!
Ante reclamos de tan ilustre procedencia, el cómplice de unas elecciones corruptas y el autor de una falsedad como medio para conseguir una magistratura, el Fiscal pone la carita de hombre serio que utiliza para tales ocasiones y revela que hace meses investiga al General, por supuesto sin que éste tuviera la menor idea. La embestida matrera es patrimonio de las reses cobardes.
Solo faltaba esperar. Y el día llegó. Sin noticia previa, sin citación a indagatoria, la Fiscalía ordena apresar a Del Río para que la rinda. Es lo único que el amigo íntimo de Ascensio Reyes sabe hacer bien.
Urabá, tierra bendita, era un infierno. Las Farc y el EPL sentaron en ella sus reales para martirizarla hasta extremos indecibles. Los dueños de las fincas jamás pudieron regresar, cuando no fueron secuestrados o asesinados; los mayordomos eran títeres entre las cuerdas de estos infames; los trabajadores, ellos también, tenían que partir sus salarios con los depredadores; y cuando algo molestaba a los cabecillas de estas bandas, o simplemente para que sirviera de ejemplo, los empleados de las fincas eran masacrados sin piedad.
Llegaron los paras. Impusieron su ley, bien conocida, y sumaron a la violencia más violencia, extorsiones a las extorsiones, asesinatos a los innumerables que ya se habían cometido. Urabá estaba perdida.
Un día, a la Gobernación de Antioquia llegó Álvaro Uribe Vélez, y a la Brigada el General del Río. Con las armas de la República en la mano, con la voluntad resuelta, la acción sin tregua y coraje a toda prueba, el Gobernador y el General devolvieron la paz a Urabá. Que hoy es región de promisión y de esperanza. El banano ha vuelto a ser negocio y las pasturas se transformarán en magníficos cultivos de exportación. Se construirá en sus aguas el puerto sobre el Atlántico más cercano a Medellín y Bogotá. Ya está financiada la presa Pescadero-Ituango, por mucho la mayor de Colombia. La carretera será de doble calzada, y Colombia tendrá en esa tierra motivo de admiración y de orgullo. Son viejos sueños vueltos realidades espléndidas, que el país le debe a Uribe Vélez y a Del Río.
Pero guiada por sus Pitirris inexorables, empujada por la prensa enemiga del Gobierno, dominada por el afán de convertir la justicia en negocio de oposición, la Fiscalía mete a la cárcel al General. Porque según dicen sus fuentes, contribuyó a que unos paramilitares decapitaran a un pobre campesino y luego jugaran con su cabeza al fútbol. Con oír el cargo, se ve la impostura. Conociendo a Del Río se sabe que es un imposible. Apenas sabiendo que es un General de Colombia, se descubre la ignominia.
Solo a un perverso o a un pobre de espíritu se le ocurre creer semejante imbecilidad. Pero todo vale. Para destruir el Ejército, que apenas tiene el 85% de favor entre los colombianos, cualquier cosa sirve. Hasta una como ésta.
No es el primer alto oficial sacrificado en altares de los falsos dioses. Ni será el último, si los colombianos seguimos tolerando que se sacrifiquen nuestros mejores hombres y nuestra más sagrada institución. ¡Ay, Sabas Pretelt: qué regalo nos dejaste!
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