martes, septiembre 09, 2008

Rescate en Ituango

Los dejamos con esta crónica sobre la Fuerza Aera Colombiana y un rescate en el municipio de Ituango al norte de Antioquia.

Autor: Mayor Ricardo Torres

Pasadas las diez de la noche, las siluetas de tres helicópteros UH-60 Black Hawk de la Fuerza Aérea Colombiana desaparecieron tras la neblina que rondaba por la plataforma de vuelo del Comando Aéreo de Combate No. 5 (CACOM-5) en Rionegro, Antioquia. Esa noche, mientras los termómetros de las aeronaves bajaban a punto de congelación, al otro lado de Antioquia, entre las estribaciones de la cordillera occidental, gritos desgarradores de niños y adultos se escuchaban bajo los escombros que dejó la explosión de una bomba, puesta por las ONT-FARC, en la calle más alegre y concurrida de Ituango durante la celebración de las fiestas de la Agricultura y el Retorno.

Todas las alarmas del Departamento se encendieron y al Centro de Comando y Control (C3I2) del CACOM-5 llegaron las primeras llamadas. Allí en el bunker bajo tierra, cinco militares frente a sus computadores iniciaron la cadena de coordinaciones para evacuar sin demora los heridos; alertaron a las tripulaciones de los tres helicópteros; confirmaron las condiciones medicas de las víctimas; ubicaron las tropas del Ejército Nacional sobre mapas digitales; analizaron el reporte meteorológico que amenazaba con el desplazamiento de una nube de mal tiempo sobre la población y coordinaron con el DAPARD el envío de ambulancias a la plataforma del Programa Aéreo de Salud en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín.


Mientras estas coordinaciones ocurrían, pilotos, técnicos de vuelo, artilleros y enfermeros de combate corrían hacia los tres helicópteros UH-60 Black Hawk parqueados en la línea de vuelo. El tiempo de reacción era vital para salvar esas vidas, por eso en 10 minutos iniciaron los procedimientos para prender los motores: activaron los sistemas eléctricos, encendieron las luces verdes de las cabinas, ajustaron sus chalecos de supervivencia (que tienen lo necesario para sobrevivir en caso de ser derribados: cuchillo, brújula, luces de bengala, kit de primeros auxilios, radio de socorro, etc), se acomodaron el chaleco blindado, los guantes y finalmente el casco de vuelo en el que engancharon los visores nocturnos (aparatos que al convertir la luz en electricidad y multiplicarla 10.000 veces permiten ver en la noche como si fuera de día), luego dieron marcha a los motores y los rotores empezaron a girar.

30 minutos tardarían hasta Ituango. En vuelo, el C3I2 transmitió a los pilotos la información obtenida: había buen tiempo en la ruta de vuelo pero malo sobre Ituango, los heridos estaban muy graves, los terroristas hostigaban a las ambulancias y el Ejercito Nacional junto con la Policía protegía y asistía a los heridos.

Por la vida

Los helicópteros UH-60 denominados como "Ángel 1 y 2" vienen equipos con todo lo necesario para la atención médica durante la evacuación y el transporte de heridos en cualquier tipo de terreno, y el también UH-60 denominado como "Arpía" es equipado con ametralladoras y cohetes para escoltar a los Ángeles ya que generalmente estos trabajan en áreas de inminente fuego enemigo.

Al mando del Ángel 1 iba "Black Jack", piloto experimentado con más de 2.000 horas de vuelo que ha participado en las operaciones de guerra más decisivas del país, con él iba el Técnico de vuelo Acosta, un enfermero de combate con 21 rescates en accidentes aéreos y cerca de 700 vidas salvadas, la mayoría, de soldados mutilados por minas "quiebra patas". Como parte de la tripulación también iba el copiloto que asesora al piloto en la toma de decisiones y lo reemplaza en caso de que éste sea herido o muerto, un técnico de vuelo capaz de corregir cualquier falla técnica, un artillero que repara el armamento, un operador de equipos especiales que opera la grúa de rescate la cual resiste 600 libras de peso; suficiente para subir desde tierra una camilla, un herido y un enfermero de combate; y dos enfermeros de combate entrenados con varios cursos militares: el de C-SAR (siglas en inglés de los equipos de búsqueda y rescate en combate, Combat Search and Rescue) para buscar y rescatar tripulaciones derribadas en territorio hostil, el de lancero para sobrevivir y luchar en la selva sin más ayuda que la de sus propias manos, el de contra guerrillero para combatir la guerra irregular de las narco-guerrillas y el de paracaidista militar para descender sigilosamente y capturar objetivos estratégicos.

Pero esta vez no iban a una misión de guerra, su lucha era más metódica, sin cabida a errores y contra el reloj, se preparaban para combatir la muerte al recibir en sus manos personas afectadas por toda clase de heridas: tórax, brazos y piernas perforadas por esquirlas; pies, rodillas, pantorrillas, destrozadas por explosivos. La adrenalina se disparó cuando despegaron las aeronaves. A bordo, bajo una tenue luz verde, Acosta y su compañero empezaron a preparar una pequeña sala de atención médica; colgaron allí el oxígeno, allá el suero, a la mano los guantes, las jeringas, alistaron el equipo de venoclisis los apósitos y las gasas para limpiar la heridas. En la cabina de mando, Blak Jack seguía la ruta trazada en su cartografía, hablaba por la frecuencia de radio con las tropas del Ejército Nacional que atendían los heridos. El reporte inicial era de cuatro niños con heridas graves, pero a medida que se iban acercando, el número de víctimas aumentaba: 5, 8, 12, 15, 17…

Las aeronaves tomaron la ruta del río Cauca y dejaron atrás la resplandeciente Santa Fe de Antioquia, más adelante, vieron las luces de Sabanalarga y a lo lejos, sobre Ituango una descarga eléctrica que partió el horizonte en dos. El reporte meteorológico era correcto, un frente de mal tiempo se acercaba al pueblo. La noche se puso más oscura y las corrientes de viento frío sacudieron las aeronaves, el olor a lluvia se coló entre las ventanas, los parabrisas empezaron a moverse y los rayos a centellear. Los tres helicópteros, uno tras otro, volaban enfilados hacia la tormenta con la esperanza de encontrar un espacio por la cual llegar hasta Ituango.


Con cada nueva víctima reportada los enfermeros de combate aumentaba el número de botellas de suero, jeringas y abrían espacio entre la cabina. A 5 millas náuticas (1 milla naútica equivale a 1.8 km) del pueblo, los pilotos observaron el resplandor de las luces tras una cortina de nubes, giraron por un lado y por el otro buscando por donde entrar. En tierra, las víctimas esperaban atrincheradas en las bodegas del Comité de Cafeteros ya que durante el desplazamiento las ambulancias habían sido hostigadas por ametralladoras de las Farc.

Una nube menos densa permitió el ingreso de las aeronaves y el Ángel 1 aterrizó escoltado por el Arpía en el helipuerto de la sede de los cafeteros. Al abrir las puertas ambos enfermeros descendieron y gracias a los visores nocturnos llegaron con facilidad hasta las víctimas que eran escoltadas por el Ejército Nacional. Allí empezó el desplazamiento, ambulancias y carros previstos para tal fin alumbraban con sus luces de emergencia, vendas ensangrentadas volaban por el aire, los médicos y policías corrían con los heridos en las camillas, niños con piernas y brazos fracturados gritaban de dolor, los soldados cargaban heridos en sus espaldas mientras otros lo hacían en camillas improvisadas con colchones viejos. A la aeronave fueron llegando las primeras víctimas, primero se ubicaron los niños y luego adultos muy graves.

Un respiro ante el dolor

Ángel 1 despegó con los seis primeros heridos, al cerrar las puertas el olor metálico de la sangre enturbió el ambiente. Pronto Acosta y su compañero empezaron a examinar los niños, cambiaban sus bolsas de suero, los catéteres, las vendas saturadas de sangre y conectaban el monitor de signos vitales a un joven policía que venía con fractura de cráneo abierto. Acosta examinó las piernas fracturadas de una pequeña de cuatro años que con horror miraba a su angustiado padre, a un niño de ocho años, con el brazo izquierdo fracturado en cúbito y radio que miraba cabizbajo las botas del técnicos de vuelo, a un niño de 8 años, semi-desnudo, de cabeza vendada, una línea de suero en su brazo y su pierna derecha y brazo izquierdo fracturados, que cerraba con fuerza sus ojos y labios tratando de calmar el dolor. "¿Cómo era posible que los terroristas hicieran esto a los niños? que dolor, sus sonrisas se convirtieron en miedo, no era justo, no era justo", dijo días después uno de los tripulantes del helicóptero. Mientras esto ocurría, el Ángel 2 recogía los segundos heridos en Ituango y el Arpía sostenía sobre él en un patrón de tiro.

El tiempo de vuelo fue de 30 minutos; rápido para los enfermeros y lento para los heridos. Al sobrevolar el embalse de La García y virar hacia Medellín el imponente resplandor de la ciudad trajo esperanza a los pilotos que venían exigiéndole la máxima potencia a los motores. Como si fuera un portaviones en medio de un mar de luces apareció la pista del aeropuerto Olaya Herrera, allí en el Programa Aéreo de Salud los grupos de Rescate Antioquia, Vigías, Garzas, Defensa Civil y la Cruz Roja recibieron los heridos y organizaron un perfecto desplazamiento a los hospitales y clínicas de la ciudad.

Al alejarse las ambulancias, Black Jack puso potencia a los motores y se elevó en el cielo para regresar por el resto de los heridos. El Ángel 2 arribó a Medellín e hizo lo mismo. Ambas aeronaves terminaron de evacuar 19 heridos a las 3 de la madrugada. Con la misión cumplida y sentimientos encontrados entre felicidad y desprecio, despegaron para regresar al calor de sus hogares donde esposas e hijos esperaban silenciosamente. Pero al comunicarse nuevamente con el C3I2 y reportar el éxito de la misión, dos nuevas misiones les fueron asignadas esa misma noche, la primera, una evacuación de un soldado gravemente herido en las selvas del Choco por un disparo en el abdomen durante combates contra las ONTFARC y, en Yarumal, otro soldado había quedado herido por un disparo en su pierna derecha. Ambas aeronaves tomaron rumbos diferentes, Black Jack giró hacia el Choco y Acosta empezó a limpiar el piso ensangrentado de la cabina para recibir su nuevo paciente.



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